martes, 8 de junio de 2010

Mi "entrenamiento para la guerra": Le dije que a las 9...



El tiempo... "recurso no renovable"...
"El tiempo perdido hasta los santos lo lloran..."
"Al que madruga, Dios le ayuda"...
"El tiempo es oro."

TIC-TAC... TIC-TAC... TIC-TAC...

En el negocio de la Publicidad hacemos una especie de "pacto con el tiempo".

Lo manejamos con buen cuidado... menos problemas. Nos descuidamos un poco, y los presupuestos se disparan al cielo; la presión de entrega del trabajo nos atormenta.

Trabajamos contando historias de una hora en 20, 30 o 60 SEGUNDOS !!!

Cuando trabajamos para sacar una campaña, parece que el tiempo no existe para nosotros... Encerrados en las oficinas, o en el estudio de grabación, perdemos la noción de mañana/tarde/noche. Hasta que alguien tímida o valientemente dice: "Tomemos un break"... ya ven, los anglicismos abundan en nuestro "bisnes".

Tiempos... Horarios... "Prime-time"...


Aprendí una buena lección sobre el tiempo con un cliente muy especial. "El Almacén del Pueblo", por la transitadísima Calzada Independencia, esquina con Hidalgo. Vendían ropa para toda la familia, además de blancos. Los encargados eran de ascendencia árabe. El negocio bullía de gente.

Un buen día, hice cita con el Gerente, y quedamos de vernos por la mañana a las 9:00 Hrs. en punto.

Dicha mañana, salí de casa a buen tiempo. Desde Ciudad del Sol, conduje hacia el Centro de la ciudad. Todo iba muy bien... hasta que me topé con lo que ahora llamamos "un embotellamiento". Alguien había chocado... y comenzaron a "correr" los valiosos minutos. Ni me estresé. Ni sabía lo que era el estrés, y por unos minutillos más no se "iba a acabar el mundo"... bueno, eso pensó mi inexperta y joven mente.

Por fin, llegué al negocio de mi cliente, y me anuncié con la secretaria del Gerente. Ella tomó el teléfono y le comunicó que ya estaba yo allí.

Me senté en las "sillas de espera"... pasaron unos minutos... ¡Y de repente se abre la puerta del despacho del Gerente, y éste se asoma con cara de pocos amigos, y me dice sin mayores preámbulos, señalando su reloj: "- Le dije que a las 9, joven... a las 9... Ya no lo puedo recibir." Claro que le ofrecí una disculpa, y controlando el susto, le dije que podía esperar a que tuviera un tiempo desocupado. El Gerente me contestó: "Pues si quiere, allí espérese... a ver si a las 2 o 3 lo atiendo." Y cerró abruptamente la puerta. Parecía que me habían clavado al piso. Miré a la Secretaria, y ella nada más se encogió de hombros, y me regaló una sonrisita de conmiseración (entiéndase: lástima por un idiota jovenzuelo IMPUNTUAL).

No sabía lo que era el estrés... pero creo que me estresé. Sentí que mi cara se ponía roja, amarilla, verde... las manos frías... la boca seca... apretaba el famoso portafolios entre mis rodillas. Y allí me quedé sentadito... quietecito... sin hacer el menor ruidito... como "buen muchachito".

La cuenta era importante. Comencé a pensar en lo que pasaría si me cancelaban la cuenta... Me entró miedo.

Gente entraba y salía de la oficina del Gerente. Cerca de las 12:00 hrs., él salió, me vió y me dijo "- ¿Todavía sigue usted aquí?". Ni esperó mi respuesta. Yo miraba a la Secretaria, esperando una señal o una pista para entender qué debía yo de hacer. Nada. La muchacha seguía sus actividades. Hacía llamadas telefónicas. Entraba al despacho del Gerente. Y yo sufriendo y sudando.

Cuando menos lo esperaba, la muchacha me dijo que decía el Gerente que podía pasar a su despacho. Me levanté y caminé esperando un sermón agrio.

El Gerente me recibió como si nada hubiera sucedido. Tratamos el negocio. Y en quince minutos ya estaba yo fuera, despidiéndome de la Secretaria.

¡Qué lección en "mi entrenamiento para la guerra" !

Después de esa mañana, me convertí en un fanático del tiempo y de la puntualidad. Revisaba frecuentemente la hora. Y comparaba la hora de mi reloj con la que decían en el radio del coche. Comencé a fijarme en los relojes de las oficinas que visitaba. Curioso, cada negocio parecía manejar su propia hora, minutos más, minutos menos.

El tiempo tomó un lugar muy especial en mi vida.

Creo que aprendí muy bien esa lección... Nunca más tuve problemas por llegar tarde. Mi puntualidad se volvió famosa.

De esa mañana, también recuerdo que el estacionamiento me salió más caro...

Pero por esa gran lección, valió la pena... Es más, me salió muy barata la lección.

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